lunes, 21 de octubre de 2013

SANTA LAURA MONTOYA, LA PRIMERA SANTA COLOMBIANA: (21 de Octubre)


"En el firmamento de los santos ha nacido una estrella, y esa estrella es nuestra" (La Vigencia De Un Pensamiento (1997) - Fernando Gómez Martínez, escritor colombiano)

Datos Biograficos:


Santa Laura de Santa Catalina de Siena Montoya y Upegui nació en Jericó, Antioquia (Colombia) el 26 de mayo de 1874; en el hogar de Juan de la Cruz Montoya y Dolores Upegui, una familia profundamente cristiana, la segunda de tres hermanos. Recibió las aguas regeneradoras del Bautismo cuatro horas después de su nacimiento, ya que su madre se negaba a cargarla o alimentarla antes de que fuera una hija de Dios. El sacerdote le dio  el nombre de María Laura de Jesús. La elección de su nombre de pila fue ciertamente acertada, como ella misma reconoció relacionando la connotación de inmortalidad que lleva consigo el laurel, de donde aquél proviene, con la estela de la caridad perpetua concebida por el Padre para sus hijos. Éste fue el amor que ella conquistó vivificando la gracia que recibió en el bautismo, sacramento sobre el que reflexionó ocupándose de plasmar el hondo significado que tenía en su acontecer.

Cuando tenía 2 años por sus convicciones religiosas asesinaron a su padre, Juan de la Cruz, médico y comerciante, hombre de fe, defensor de los débiles. Expoliados sus bienes, la familia se vio abocada a la pobreza, pero sin resentimientos; Dolores, la madre, inculcó a todos el perdón de forma ejemplar rezando diariamente el rosario junto a sus hijos por el asesino de su esposo y padre de sus hijos. Sus abuelos acogieron a Laura forzados por la situación. Al momento de tomar la primera comunión se fijó en cuestiones nimias que agrandó llevada de su espíritu infantil. Le molestó tener que ayunar, que le rezaran al oído, y el sabor del Cuerpo de Cristo, que imaginó sería distinto. Tales sentimientos pueriles pronto fenecieron.
Y es que las manifestaciones de Dios han sido siempre impredecibles. A Moisés se le apareció en la figura de una zarza que ardía sin consumirse; y a San Pablo lo tumbó del caballo camino de Damasco. A Laura Montoya, en cambio, se le reveló en una finca de Amalfi a los siete años, mientras se entretenía viendo el ir y venir de un escuadrón de hormigas. “¡Fui como herida por un rayo, yo no sé decir más! Aquel rayo fue un conocimiento de Dios y de sus grandezas, tan hondo, tan magnífico, tan amoroso, que hoy después de tanto estudiar y aprender, no sé más de Dios que lo que supe entonces”. (lea aquí completa  esta primera experiencia mística)

Más tarde, a los 13, concentrada en los oficios en que la ocupaba su madre, sintió otro arrebato similar al de las hormigas, una comunión espiritual con Jesucristo que la dejó bañada en lágrimas. “Aquello pasó como pasa siempre con Dios, dejando huellas de su presencia, con un amor doloroso. Quedé como dueña de ese divino misterio. Ya era mío. ¡Cosa rara! Me sentía como iluminada, como en posesión de él, como encendida”. (Lea aquí esta segunda experiencia mística)

Desde sus primeros años, su vida fue de incomprensiones y dolores. Supo lo que es sufrir como pobre huérfana, mendigando cariño entre sus mismos familiares. Aceptando con amor el sacrificio, fue dominando las dificultades del camino. La acción del Espíritu de Dios y la lectura espiritual especialmente de la Sagrada Escritura, la llevaron por los caminos de la oración contemplativa.. Tenía sed de Dios y quería ir a Él “como bala de cañón”.

Santa Laura Montoya en su epoca de Maestra.
A los 11 años inició estudios con muchachas pudientes en un prestigioso centro. Vivía en un hogar de huérfanos regido por una tía suya, María de Jesús Upegui, que años más tarde sería la fundadora de la Comunidad de Siervas del Santísimo y de la Caridad, mujer virtuosa en inflama de amor por el prójimo a la que Laura definió como “Heroína de la Caridad” y a la cual actualmente también se ha abierto un proceso de beatificación.  La diferencia de clases le hizo pasar momentos difíciles con sus compañeras que la veían menos por llevar vestidos mas humildes. Mientras cuidaba a un familiar enfermo, leyó textos espirituales y emergió su vocación carmelita. Cuando su abuelo falleció, la situación económica empeoró, y vieron oportuno que estudiase magisterio en Medellín. Tenía 16 años. Fue una etapa en la que mostró su madurez, acrisolada por tan precoces sufrimientos, como pudo constatarse en el manicomio que dirigió aceptando el ofrecimiento de su tía, y donde residió mientras cursaba estudios con una beca. En 1893 obtuvo el título de maestra. A partir de entonces inició una fecunda labor pedagógica por centros de Amalfi, Fredonia, Santo Domingo y Medellín; en esta ciudad, en 1897 asumió el cargo de vicedirectora del colegio de la Inmaculada destinado a hijas de familias con recursos. Llega a ser una erudita en su tiempo, una pedagoga connotada, formadora de cristianas generaciones, escritora castiza de alto vuelo y sabroso estilo, mística profunda por su experiencia de oración contemplativa. Supo por un sacerdote que en las proximidades de Jardín (Antioquia) se hallaba la reserva indígena de Guapa. Y la posibilidad de trabajar y convivir con los indígenas hizo que respondiera afirmativamente a la oferta que éste le planteó de fundar una escuela allí. Así comenzó la labor apostólica que signaría su vida. Dio realce al papel de la mujer colombiana en una sociedad que no la tenía en cuenta, sobre todo a la mujer soltera, mostrando que era un valor seguro para difundir el Evangelio.

Los inconformistas, cargados de prejuicios y cegueras, se ocuparon de cubrirla de sinsabores. El rechazo social que atrajo su labor, se empañó aún más tras la publicación en 1905 de la novela Hija espiritual. En esta obra, de cariz tendencioso, Laura era más que una simple referencia. Aunque inicialmente la sociedad medellinense y la Iglesia se le pusieron en su contra, cuando la joven dio réplica por carta, con humildad y de forma inteligentísima, además de la ayuda del famoso escritor colombiano Tomás Carrasquilla, le tendieron la mano. Entonces el autor se apresuró a desmentir que estuviera aludiendo a ella en su libro. Pero a la santa le negaron todo. Parecía que con ayuda de Gregorio, un hombre de color que construyó un horno, y la venta del pan que amasara, iban a salir adelante, pero él murió. Laura le lloró como se hace con un hermano: «¡A ese hombre negro le debíamos el pan! Quedamos perfectamente establecidas. ¡Por supuesto que mi dolor era mayor por no haber sabido lo que tenía en la casa! ¡Así mueren los santos que han preferido la humillación a todo! Supe que Gregorio comulgaba todos los días pero nadie lo sabía porque lo hacía en la misa de 4 (a.m.) y cambiaba de Iglesia todos los días…». 

En 1907 dio clases en Marinilla. En su magisterio no se contenta con el saber humano sino que expone magistralmente la doctrina del Evangelio. Forma con la palabra y el ejemplo el corazón de sus discípulas, en el amor a la Eucaristía y en los valores cristianos. En un momento de su trayectoria como maestra, se siente llamada a realizar lo que ella llamaba “la Obra de los indios”: Estando en esta población, escribe: “me vi en Dios y como que me arropaba con su paternidad haciéndome madre, del modo más intenso, de los infieles. Me dolían como verdaderos hijos”. Este fuego de amor la impulsa a un trabajo heroico al servicio de los indígenas de las selvas  de América. Inició su labor con los indígenas de Antioquia sin perder su vocación carmelita. Incomprendida por las autoridades eclesiásticas, se dirigió a los poderes públicos solicitando apoyo. Al ver que no tenía eco su petición de defensa de esas comunidades, ni siquiera en distintas órdenes religiosas, escribió al presidente y después al papa San Pío X. Fue en 1914 cuando contó con la autorización y apoyo de Mons. Maximiliano Crespo, obispo de Santa Fe de Antioquia.

Santa Laura con el primer habito de su congregación.
Aceptando de antemano los sacrificios, humillaciones, pruebas y contradicciones que se ven venir, acompañadas por su madre Doloritas Upegui, el grupo de “Misioneras catequistas de los indios” sale de Medellín hacia Dabeiba el 5 de Mayo de 1914. Parten hacia lo desconocido, para abrirse paso en la tupida  selva. Van, no con la fuerza de las armas, sino con la debilidad femenina apoyada en el Crucifijo y sostenida por un gran amor a María la Madre y Maestra de esta Obra misionera. “Ella, la Señora Inmaculada me atrajo de tal modo, que ya me es imposible pensar siquiera en que no sea Ella como el centro de  mi vida”. La celda carmelitana, objeto de sus ansias en el tiempo de su juventud, le pareció demasiado fría ante aquellas selvas pobladas de seres humanos sumidos en la infidelidad, pero amados tiernamente por Dios. “Siento la suprema impotencia de mi nada y el supremo dolor de verte desconocido, como un peso que me agobia”. En ese momento se da la fundación de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena. Obra religiosa que rompe moldes y estructuras insuficientes para llevar a cabo su ideal misionero según lo expresa en su Autobiografía: Necesitaba mujeres intrépidas, valientes, inflamadas en el amor de Dios, que pudieran asimilar su vida a la de los pobres habitantes de la selva, para levantarlos hacia Cristo. Así como pidió Dios le proporcionó mujeres que no temieron el clima, las fatigas de la selva y los farragosos viajes en canoa en los que debían sortear muchos riesgos.
 Cuando llegó el momento de profesar como religiosa, a instancias de este prelado conservó el nombre de Laura. Compartió su fe con el pueblo de Urabá, sin importarle las dificultades que se presentaron, incluida la oposición de los jefes de la tribu. Y arrebató la conversión de numerosos aborígenes que se bautizaron en distintos departamentos del país. San Pedro de Uré fue la sexta fundación dirigida a negros y a mestizos.

Comprende la dignidad humana y la vocación divina del indígena. Quiere insertarse en su cultura, vivir como ellos en pobreza, sencillez y humildad y de esta manera derribar el muro de discriminación racial  que mantenían algunos  líderes civiles y religiosos de su tiempo. La solidez de su virtud fue probada y purificada por la incomprensión y el desprecio de los que la rodeaban, por los prejuicios y las acusaciones de algunos prelados y religiosos de la iglesia que no comprendieron en su momento, aquel estilo de ser “religiosas cabras”, según su expresión, llevadas por el anhelo de extender la fe y el conocimiento de Dios hasta los más remotos e inaccesibles lugares, brindando una catequesis vivencial del Evangelio. Su Obra misionera  rompió esquemas, para lanzar a la mujer como misionera en la vanguardia de la evangelización en América latina. El quemante  SITIO- Tengo sed- de Cristo en la Cruz , la impulsa a saciar esta sed del crucificado: ¡Cuánta sed tengo! ¡Sed  de saciar la vuestra Señor! Al comulgar nos hemos juntado dos sedientos: Vos de la gloria de vuestro Padre y yo de la de vuestro corazón Eucarístico! Vos de venir a mí,  y  yo  de ir a Vos”.

Madre Laura en misión junto a los indigenas.
Mujer de avanzada, elige como celda la selva enmarañada y como sagrario la naturaleza andina, los bosques y cañadas, la exuberante vegetación en donde encuentra a Dios. Escribe a las Hermanas: ”No tienen sagrario pero tienen naturaleza; aunque la presencia de Dios es distinta, en las dos partes está y el amor debe saber buscarlo y hallarlo en donde quiera que se encuentre.

Redacta para ellas las “Voces Místicas”, inspirada en la contemplación de la  naturaleza,  y otros libros como el Directorio o guía de perfección, que ayudan a las Hermanas a vivir en armonía entre la vida apostólica y la contemplativa. Su Autobiografía es su obra cumbre, libro de confidencias íntimas,  experiencia de sus angustias, desolaciones e ideales,  vibraciones de su alma al contacto con la divinidad,   vivencias de su lucha titánica por llevar a cabo su vocación misionera. Allí muestra su  “pedagogía del amor”, pedagogía acomodada a la mente del indígena, que le permite adentrarse en la cultura y el corazón del indio y del negro de nuestro continente.

La Madre Laura  centra su Eclesiología en el amor y la obediencia a la Iglesia. Vive para la Iglesia a quien ama entrañablemente, y para extender sus fronteras no mide dificultades, sacrificios, humillaciones y calumnias.
 
En 1924 fue elegida superiora general. De ella se dijo que «el espíritu de oración y unión con Dios que poseía... inspiraba respeto a cuantos la contemplaban». En 1930 viajó por Roma para hablar sobre la congregación con el Papa Pío XI y estando en la Basílica de San Pedro manifestó: «Tuve fuerte deseo de tener tres largas vidas: La una para dedicarla a la adoración, la otra para pasarla en las humillaciones y la tercera para las misiones; pero al ofrecerle al Señor estos imposibles deseos, me pareció demasiado poco una vida para las misiones y le ofrecí el deseo de tener un millón de vidas para sacrificarlas en las misiones entre infieles! Mas, ¡he quedado muy triste! y le he repetido mucho al Señor de mi alma esta saetilla: ¡Ay! Que yo me muero al ver que nada soy y que te quiero!». Escribió más de treinta libros. Fue condecorada con la Cruz de Boyacá en 1939.

Última fotografia tomada a Santa Laura durante su agonia.
Esta infatigable misionera, pasó nueve años en silla de ruedas sin dejar su apostolado de contemplación Y silencio adorador ante Jesús sacramentado, de la palabra y de la pluma. Después de una larga y penosa agonía, murió en Medellín el 21 de octubre de 1949. A su muerte dejó extendida su Congregación de Misioneras en 90 casas distribuidas en tres países, con un número de 467 religiosas. En la actualidad las Misioneras  trabajan en 19 países distribuidas en América, África y Europa.

Por todo lo que vivió hizo y significo la Madre Laura en su época y por todo lo que seguirá significando para la sociedad, la Congregación y la Iglesia, hoy  la Congregación por ella fundada se llena de alegría al ver concretizado y culminado su proceso de santificación, abierto el 4 de julio de 1963, en la capilla de la Curia Arquidiocesana de Medellín. Este proceso que duro casi 50 años concluyo, cuando en Roma, el 25 de abril de 2004, San Juan Pablo II la beatifico. (Lea aquí la homilía de su beatificación) y (Galería fotográfica).

El papa Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto con el cual se reconocía un milagro gracias a la intercesión de la entonces Beata Laura de Santa Catalina de Siena, lo cual permitió la canonización de quien llegaría ser la primera colombiana en llegar a la gloria de los altares de la Iglesia Católica.

El milagro realizado por intercesión de la hasta entonces beata fue la curación del Dr. Carlos Eduardo Restrepo quien se encontraba convaleciente y que, aquejado por una especie de lupus, daño renal y una atrofia muscular, se encomendó una noche a ella y amaneció completamente curado.

El 12 de mayo de 2013, en la plaza de San Pedro, frente a casi 80.000 personas, entre ellas casi 3.000 colombianos, el Papa Francisco la elevo a la gloria de los santos. (Lea aquí la homilía de su canonización)

Su canonización no solo ha llenado de profunda alegría y gozo el corazón de sus hijas misioneras en todo el mundo, sino también el de toda la Iglesia colombiana que ahora pueden decir con suma seguridad: “En el firmamento de los santos ha nacido una estrella, y esa estrella es nuestra!”.

El Martirologio Romano la recuerda el 21 de octubre de esta manera:
  
"En el lugar de Belencito, cerca de Medellín, en Colombia, Santa Laura de Santa Catalina de Siena Montoya y Upeguí, virgen, que con notable éxito se dedicó a anunciar el Evangelio entre los pueblos indígenas que aún desconocían la fe en Cristo, y fundó la Congregación de Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena".

 (Altar que contiene las Reliquias de Santa Laura Montoya ubicadas en el templo de la Luz en Medellin - Colombia )

Otros contenidos sobre Santa Laura Montoya:


Destrúyeme señor y sobre mis ruinas levanta un monumento a tu gloria... (Santa Laura)

   

Madre del olvidado Ancestral,

Madre de los pobres y rechazados,

Santa Teresa de las Americas,

Mistica de las selvas,

Santa de Colombia para el mundo.

¡Ruega por Nosotros!  


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